La primera vez que llegué a tu despacho todo era oscuro, frío. Esta sensación cambiaba conforme avanzaba a lo largo del pasillo. Ya antes de atravesar tu puerta se intuía un hilo de luz, de virtud.
Yo me hallaba sumido en un nihilismo persistente y cansino. Las purificaciones del alma son buenas, pero hay que tener cuidado de que no resbale "la esencia" por el sumidero infinito de las ideas (incluso Nietszche lo sabía). Fui a pedir consejo, orientación, ánimo o no se el qué. Sentía toda mi energía concentrada en un punto, "a punto" de estallar.
Algo vi en ti al poco de que subieses a la tarima que me situaba ante el brillante pomo. No se exactamente que fue. Quizá tu claridad en las explicaciones, tal vez las palabras que cruzabas antes y después de cada clase; yo creo que algo mas sutil.
Respiré hondo. Llamé. Pasé.
Desde entonces, lo que se inició como un acto de valentía, se ha convertido casi en una costumbre, una visita diaria. Un hábito estimulante donde cada entrevista aprendo algo más ("a subir bajando", "a darme cuenta de que un hombre lleno sólo de si mismo está vacío", "a eliminar clichés"...), en definitiva, a crecer como persona.
Hay cosas que trascienden el mundo de las palabras, incluso el de las ideas. El sentimiento de gratitud es algo que no se expresa del todo nunca. En cualquier caso, gracias.
Por último, asegurarte que siempre podrás contar conmigo, pues me voy a permitir el lujo de considerarte una nueva amistad. Un abrazo:
Valero
Muy buen estilo, me gusta como escribis.
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