Hubo un tiempo donde era importante ser popular. Que la gente conociera tu cara, o que se acercaran a saludarte en una fiesta repleta de gente era todo un halago.
Poco a poco esa carga se iba haciendo mas pesada: los zapatos mas brillantes, los pantalones mas estrechos, las colonias mas caras... A la vez; la sonrisa mas tensa, menos sincera y mas seductora; la mirada mas firme y aguda, el tono mas calculado. Ni todas las copas a las que te invitaban, ni todos los placeres escondidos tras esas copas compensaban el esfuerzo.
Llego un día en que era del todo insufrible, insostenible. Tenia que llegar y lo hizo. La barrera de la imagen se iba agrietando como una presa desbordada de superficialidades, a punto de estallar. A esa imagen le acompañaba ahora un calificativo de lo mas felino (que ya superaba todas mis expectativas) detonante final. Decidí dejarlo.
Hoy me observo, sentado ante mi imagen al desnudo, sin aditivos ni conservantes. No me veo tan mal. De hecho me veo bien, quizá mucho mejor (o al menos eso quiero pensar). Bajo esa capa se encuentra algo aún mas interesante. Todavía siento el dolor del yelmo de guerra marcado en mi carne, pero espero que las heridas cicatricen.
Quema nº 1 de "La hoguera de las vanidades".