Otoño del dosmil nueve. Algo está cambiando, algo o muchas cosas. Por fin se acerca la Libertad. A la vuelta de la esquina me espera un nuevo curso. Un curso repetido del que, como guerrillero, ya tengo un conocimiento, asegurándome el éxito. Tengo ganas de luchar, ¿no es verdad que en épocas sin guerra los hombres belicosos se la hacen así mismos? Esta es mi oportunidad, y venceré.
Mañana de sol, de gentes, de risas sobre el pavimento sepultado por la hojarasca. Algo empieza. Huele a nuevo. Sonrisas de papel recién pintadas en el metro y nerviosismo en los pasillos. Estamos a punto de comenzar una aventura con personajes, en parte desconocidos, que me acompañarán durante este viaje anual. ¿Vas a ser el primero en incorporarte a la escena?
Atrás solo quedan los cadáveres fríos, sin vida ni color, de gente que pudo ser y no fue, de oportunidades sin explotar, puertas sin abrir y ventanas por las que escapar. Personajes con papeles secundarios que han sentenciado su final. Para ellos tengo un mensaje: no me gusta perder el tiempo, meteos vuestra hipocresía por el culo y cuidado con los desgarros, sobretodo algunos.
Los que continuáis a mi lado, sabéis que os quiero, que os cuido y que estaré más que encantado de teneos siempre cerca, sois honestos y sencillos y eso vale muchísimo. Las luces de esta sociedad del espectáculo nos van a iluminar con fuerza. Va a ser una luz limpia y clara, de exposición lenta y grandes resultados, sobre un fondo magistralmente blanco, como la que ilumina a tantos en los retratos de Avedon.
Ya tengo zapatos nuevos para esta aventura, y Dios, si es que existe, bien sabe que les voy a dar uso. Lo siento por los que se hayan alimentado de esta época oscura en la que he cedido espacio a mis pensamientos y a sus comentarios, pero ya estoy aquí de nuevo con la misma fuerza y más técnica.
Impaciente:
Valero